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La Fuerza Aérea de Estados Unidos ha llevado a cabo vuelos con bombarderos B-1B cerca de la costa venezolana y de islas periféricas del país en el Mar Caribe, en lo que constituye el segundo despliegue de este tipo en apenas dos semanas.

La semana pasada, un grupo de bombarderos B-52 también fue detectado operando en la misma región, acompañados por cazas F-35B del Cuerpo de Marines de EE. UU. Estas operaciones forman parte de un esfuerzo coordinado del gobierno estadounidense para ejercer presión sobre el régimen de Nicolás Maduro, oficialmente por motivos relacionados con el narcotráfico, aunque no se descarta la posibilidad de acciones militares directas contra objetivos dentro del territorio venezolano.

Datos de rastreo de vuelos en línea mostraron que al menos dos B-1B despegaron desde la base aérea de Dyess, en Texas, los cuales fueron apoyados por tanqueros KC-135 que partieron poco después desde MacDill, Florida. Los bombarderos, identificados con los indicativos BARB21 y BARB22, habrían volado a unos 80 kilómetros de distancia de la costa venezolana y a escasas millas de las islas Los Testigos.

 Este tipo de operaciones se complementa con patrullas de inteligencia y vigilancia, como el RC-135 Rivet Joint, y misiones de comunicaciones avanzadas a bordo del E-11A BACN, que permite la integración de datos y la coordinación de operaciones complejas entre fuerzas aéreas, navales y terrestres.

La proximidad de estos vuelos, cerca de territorio venezolano, tiene como fin último permitir a las fuerzas estadounidenses mantener vigilancia aérea y realizar ejercicios de penetración de defensa aérea, mientras se evalúa la capacidad de respuesta de las fuerzas venezolanas. Al mismo tiempo, la presencia de un RC-135 Rivet Joint, especializado en inteligencia, vigilancia y reconocimiento, y de un E-11A BACN, destinado a comunicaciones avanzadas en entornos de combate, sugiere que estas misiones no solo tienen fines demostrativos, sino también de recopilación de información crítica para operaciones futuras.

El E-11A BACN, en particular, cumple un papel central en la coordinación de operaciones complejas. Esta aeronave permite interconectar diferentes plataformas y sistemas de armas, facilitando la transmisión de datos en tiempo real entre aviones, buques y unidades terrestres, incluso en entornos con limitaciones de comunicación. Su despliegue cerca de Puerto Rico, donde Estados Unidos ha concentrado capacidades significativas, indica que se prepara un escenario operacional que podría integrar múltiples tipos de plataformas y misiones, desde vigilancia y control del espacio aéreo hasta apoyo a operaciones especiales.

El despliegue estadounidense en la región incluye también una amplia variedad de aeronaves tripuladas y no tripuladas, como F-35B, AC-130 y helicópteros del 160º Regimiento de Operaciones Especiales del Ejército, además de una flotilla naval con un grupo anfibio listo para operaciones concentrado en el USS Iwo Jima, destructores, un crucero y un submarino nuclear. La presencia de embarcaciones y aeronaves especializadas apunta a la posibilidad de operaciones encubiertas dirigidas contra altos mandos del régimen venezolano y a redes de narcotráfico.

Si bien el presidente Donald Trump ha negado públicamente que estos vuelos tengan fines hostiles, la evidencia de rastreo y las confirmaciones de medios estadounidenses como The Wall Street Journal apuntan a que se trata de una demostración de fuerza estratégica. Este tipo de operaciones ha sido utilizado históricamente por la Fuerza Aérea en misiones de interdicción de narcóticos, aprovechando el alcance y la capacidad de detección de los bombarderos B-52 y B-1 para rastrear embarcaciones sospechosas de tráfico ilícito en el Caribe. Sin embargo, el mismo equipamiento puede ser empleado para ataques de largo alcance con munición convencional o de precisión sobre objetivos tanto terrestres como marítimos, lo que convierte a estas misiones en un instrumento de presión flexible y escalable.

El potencial de respuesta de Venezuela, aunque limitado, sigue siendo relevante. Maduro ha declarado que las fuerzas venezolanas cuentan con aproximadamente 5.000 misiles portátiles tierra-aire Igla-S desplegados en posiciones estratégicas, aunque investigaciones independientes sugieren que solo 1.500 de ellos estarían operativos. Además, las fuerzas venezolanas disponen de misiles antibuque Kh-31 de fabricación rusa, sistemas de defensa aérea más antiguos y recursos navales limitados, que podrían ser utilizados para hostigar operaciones estadounidenses, aunque con un riesgo relativamente bajo para plataformas avanzadas como los B-1 o F-35B.

El contexto político refuerza la tensión. Recientes comentarios de Trump sobre posibles ataques a cárteles en tierra sugieren que las operaciones estadounidenses podrían ser selectivas y limitadas a objetivos específicos, como campamentos de narcotraficantes o pistas de aterrizaje clandestinas, sin necesariamente intentar un cambio de régimen inmediato. Sin embargo, analistas señalan que la identificación de Maduro como “jefe de al menos un cartel” implica que, bajo la actual política estadounidense, las operaciones podrían evolucionar hacia ataques más directos si las autoridades consideran que son necesarios. Esto añade un componente de incertidumbre estratégica, en el que la línea entre presión política y acción militar directa se vuelve difusa.
EEUU desplegó bombarderos estratégicos B-1 cerca de la costa venezolana en una demostración de fuerza contra el régimen de Maduro
EEUU desplegó bombarderos estratégicos B-1 cerca de la costa venezolana en una demostración de fuerza contra el régimen de Maduro
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