Completamente equipados, los héroes del Ejército de Colombia están desplegados a pocos metros de la línea fronteriza para brindar seguridad y apoyo a los colombianos que huyen de Venezuela. |
(Tomado de Eltiempo.com) - Pocas veces había logrado sonreír Henilda Herrera desde que tuvo que atravesar el río Táchira huyendo de las autoridades de Venezuela, como lo hizo al mediodía de este miércoles cuando le cantó el himno nacional a un puñado de hombres del Ejército que se plantó en la frontera.
Ocurrió exactamente al mediodía. Decenas de soldados, armados con fusiles, llegaron en un camión al sector de La Parada, del municipio de Villas del Rosario, en plenos límites con Venezuela, un par de horas antes de la llegada del presidente Santos a Cúcuta.
Un grupo de militares se quedó patrullando las calles. Otros rodearon sectores aledaños a los albergues.
Y no muchos, apenas un puñado, se ubicó en las orillas del río Táchira. Del otro lado del afluente estaban miembros de la Guardia Nacional Venezolana y militares de ese país que el fin de semana sacaron a golpes a decenas de colombianos de los asentamientos en los que vivían.
Los militares venezolanos se refugiaban del sol metidos en las casas desalojadas.
Los vecinos, armados con fusiles, no le quitaron la mirada a los nacionales que se les plantaban en frente. Del lado colombiano los soldados, como si estuvieran alerta ante lo peor, se ubicaron estratégicamente detrás de una montaña de piedras y mantuvieron la mirada fija, entre los arbustos, hacia la orilla vecina.
Herrera y una veintena de vecinos que están refugiados en un albergue de Villa del Rosario siguieron el paso de los soldados hasta la orilla del río.
Les gritaron arengas. “Ahora sí nos van hacer respetar”, les decían. “Ahora sí que se metan con nosotros”, se escuchaba, hasta que empezaron a cantar el himno, como lo habían hecho el martes con la Policía cuando los uniformados se echaron al hombro las pertenencias que los deportados fueron a buscar a Venezuela por las trochas entre ambos países.
Alguien sacó una bandera pequeña y empezó a ondearla.
“Así ellos se dan cuenta de que tampoco estamos solos”, dijo Henilda. Por su parte, Jorge Oñate dijo: “Me sacaron los fusiles”, pero cuando se fue a bañar por la mañana en el río, les gritó: “Ahora sí se esconden, ¡están asustados!”.
Algunos hombres se acercaron hasta la misma orilla para gritarles a los militares vecinos, pues los ánimos en la comunidad que permanece en los albergues están más alterados este miércoles, después de que se conocieran nuevas denuncias de agresiones a nacionales que cruzaron a buscar sus pertenencias al país vecino esta mañana.
Sergio Orjuela contó que desde primera hora, buena parte de la comunidad partió rumbo a los barrios desalojados en Venezuela, tal como lo habían hecho el martes, para seguir sacando sus pertenencias. A las 6:00 a. m. emprendieron la ruta para llegar al país vecino cruzando una trocha.
A diferencia de ayer, esta vez fueron recibidos con agresiones. “Cuando de repente vimos fue a la Guardia Venezolana; más de uno se quedó fue allá encerrado y se veía cuando los soldados venezolanos se les pararon a los muchachos encima, los golpeaban muy feo, yo me vine corriendo”, aseguró Orjuela. El incidente ocurrió a las 9:00 a. m.
Su testimonio lo han venido ratificando otras personas refugiadas en Villas del Rosario. Yulieth Vergel contó que ayer, incluso cuando las autoridades venezolanas vieron a colombianos regresando al sector de Mi Pequeña Barinas, nadie se les acercó. Pero este miércoles no solo había miembros de la Guardia Nacional, sino soldados de boinas rojas.
Ella salió con un grupo de vecinos desde las 5:00 a. m. y alcanzó a realizar tres viajes a pie con sus enseres cuando los sorprendieron las autoridades vecinas.
“Fuimos a sacar las cosas que se nos quedaron y cuando nosotros pasamos agarraron a unos muchachos. Entonces yo me fui con mi hermana y cuando salimos corriendo ella se golpeó las piernas y está toda reventada”, narró la mujer. “No es mentira, al que se meta para allá le dan patadas y puños. Es verdad”, agregó.
ALBERTO MARIO SUÁREZ D.
Enviado especial de EL TIEMPO